Hacernos cargo de lo que realmente deseamos es poner un límite. Un límite a todo eso que dejo fuera porque prefiero esto que elijo por encima de todo… Poner límites multiplica el amor propio. Límites a uno mismo, a la familia, en el trabajo, en todo aquello que la vida te presente y suponga una invasión para ti. Los límites son contención y protección, son imprescindibles.
Saber establecer una distancia con otra persona es saber cuidarnos. Discernir hasta donde llegan nuestras posibilidades, es escucharnos. Registrar nuestras fuerzas y frenar a tiempo es una irrefutable muestra de autoconocimiento. Todo eso forma parte de la autoestima y la valoración a uno mismo.
En cuestión de límites, el equilibrio es importante. Ponerse en una postura demasiado rígida y sostener límites estáticos generará una presión difícil de sostener. Y, por lo contrario, marcarse límites muy vagos nos llevará a una inestabilidad que nos dejará más confundidos aún.
Al compartir la vida con otras personas, como por ejemplo con nuestra familia, ponemos en juego nuestros límites y los de los demás. Pero también de eso se trata, de poder convivir en el respeto. De entender hasta dónde puedo llegar sin cruzar líneas que marcó el otro para estar a gusto. Respetar el límite ajeno será prioritario en la búsqueda de la armonía y la paz en un entorno familiar.
Si los límites se desdibujan, las personas se confunden y no hay pareja o familia que se libre del drama. Las personas dependemos de otras, somos seres sociales por naturaleza, pero también necesitamos esa distancia que nos permite escucharnos a nosotros mismos en medio de tantas voces. Eso es amor propio, empoderamiento.
Cuando se trata de nosotros mismos, es importante poner límites a los excesos, los riesgos, o la auto exigencia que no cesa. Encontraremos así una forma de cuidarnos más saludable, dando prioridad a nuestras necesidades más básicas. Hacernos cargo de lo que realmente deseamos es poner un límite. Un límite a todo eso que dejo fuera porque prefiero esto que elijo por encima de todo.
Aprender a ‘decir que no’ es más que un arte, es un acto de voluntad inmenso. Tal vez estoy diciendo que no a personas que no aportan en mi vida, tal vez a momentos que no me hacen bien. Es sano parar y pensar: qué gano o pierdo con cada decisión. Y estar orgullosos de sentirnos dueños de nuestra propia vida. ¿te atreves?