Para nuestra mente no hay diferencia entre la realidad objetiva y lo que pensamos sobre algo.
De ahí proviene la importancia de relevar internamente cuáles son nuestras creencias y tratar de que no dominen el paisaje mental.
Las creencias son pensamientos, certezas, ideas que tenemos sobre nosotros mismos o sobre lo que nos rodea. Se las llama limitantes ya que son de rasgo negativo, haciendo foco en lo que anda mal o en lo que aún no sabemos resolver.
Se trata de una percepciones erróneas que tienen un inmenso poder sobre nosotros, y nos bloquean el crecimiento en aspectos como la carrera, el trabajo, la pareja, o todo ámbito en el que busquemos destacarnos.
Cómo llegan esas creencias a nuestra cabeza? A veces se forman en nuestra niñez, otras veces a raíz de alguna situación que nos toca atravesar, otras veces debido a algún maltrato que recibimos de alguien cercano.
Todo eso que fuimos escuchando o viviendo va forjando ciertos conceptos en nuestra mente que quedan fijos y que tomamos como certezas. Llega un momento en que no las cuestionamos y creemos ciegamente en ellas.
Están íntimamente relacionadas con nuestra autoestima en un vínculo de ida y vuelta. A menor autoestima más creencias limitantes tendremos que enfrentar. A mayor autoestima menos creencias negativas formarán parte de nuestra realidad.
Cuando te proponen algo o te surge una nueva oportunidad y tu primer respuesta es “no”, o “si, pero…” es que estamos ante una creencia limitante. Son esos pensamientos que impiden que lo intentes, que tomes un riesgo, que apuestes a más. Son esos pensamientos que van a venir a decirte: no vas a poder, no sos lo suficientemente bueno, nunca vas a aprender, y así sucesivamente.
Algunos ejemplos de creencias limitantes en el área laboral pueden ser “no voy a poder conseguir nada que me guste”, “seguro van a elegir a un candidato mejor preparado”. En el ámbito de las relaciones de pareja una creencia negativa puede ser del estilo “nadie se va a fijar en mi”, “si encuentro a alguien seguramente al poco tiempo se aburra y me deje”, “todas las parejas se separan, para qué buscar una si me puedo separar”… Y así en cada una de las áreas que conforman nuestra vida.
El punto más complicado de las creencias es que condicionan por completo nuestra realidad, y no nos damos cuenta.
Son responsables de la toma de decisiones, de la forma en que hacemos nuestras actividades, moldean la manera en qué nos relacionamos con los demás: Desde nuestras creencias nos dirigimos al mundo. De ahí la importancia de tomar conciencia de cómo son y cómo que nos atraviesan, poder verlas con los ojos bien abiertos y empezar a hacernos cargo de que somos los únicos responsables de todo eso que pensamos y hacemos.
Nadie más que nosotros generó esas creencias, por lo tanto nadie más que nosotros podrá desterrarlas y empezar a vivir desde otro punto de vista.
Es vital descubrir cuáles son las creencias negativas que marcan nuestra brújula y actuar sobre ellas. Si no lo hacemos, nos perderemos la posibilidad de acceder a nuestro verdadero potencial.
Una excelente forma de hacerle frente a estas intrusas que apagan nuestras posibilidades de éxito y felicidad es abriéndonos nuevos caminos.
Ponernos a hacer cosas nuevas, anotarnos en un curso que nunca hicimos, conocer gente, viajar… todo colabora al ir abriendo la mente y modificando esas estructuras que nos impiden avanzar. Al vernos haciendo algo nuevo podemos ver que somos capaces de cambiar, que tenemos esa potencia interna de asumir desafíos y responder desde nuestro verdadero ser.